Esta crásula tiene las hojas redondeadas, cubiertas de una pelusa blanquecina y con el borde marcado por una fina banda rojiza. El tronco principal adquiere pronto un buen grosor, lo que le da una apariencia más vieja de la que en realidad posee.
No son vegetales de gran porte, sino que desarrollan gruesos tallos bastante ramificados sobre los que nace una apretada masa de hojas.
Son de crecimiento lento.
Suele florecer en los meses de invierno, cubríendose de flores estrelladas, de tono casi blanco o rosado tenue.
Necesitan exposiciones muy soleadas y vivir en lugares calurosos; no obstante, es capaz de adaptarse a condiciones de cultivo menos meridionales aunque entonces no crecerá con su vigor habitual ni florecerá con la misma abundancia.
Riega con frecuencia en verano, 2 ó 3 veces por semana. En invierno una vez al mes.
Le gusta una atmósfera seca y caliente, pero en verano hay que rociarla por encima una vez al mes para mantenerla limpia.
Si el rociado no quita el polvo usa un pincel suave. No la toques con la mano.
El suelo ha de ser suelto, mejor de naturaleza arenosa, aceptando los de tipo pedregoso y volcánico.
Si se planta en recipiente debe dotarse de un perfecto sistema de drenaje. No la cambies de maceta más de lo necesario, con preferencia cada tres o cuatro años.
Corta las partes enfermas y unta las heridas con azufre.
Lo más sencillo es por esquejes o plántulas que se desprendan de la planta madre.
Al igual que otras suculentas, la crásula está indicada en ajardinamientos de talante mediterráneo, en combinación con cactus, cordilines, aloes y otras plantas de similar naturaleza. También resulta apropiada para interiores soleados de ambiente seco, en los que vivirá con comodidad durante años, en recipientes de no excesivas dimensiones.